En estas fechas próximas a la Navidad, cuando me siento a charlar con mis directivos y comparten conmigo sus inquietudes personales y profesionales, cada vez son más los que me relatan esa asociación de estímulo (el villancico) y respuesta condicionada (la ansiedad). Lo describen como algo desagradable y molesto, incluso limitante.
Días de gasto continuo y excesivo, dónde la presencia de la familia es casi permanente en nuestra destartalada rutina; acumulación de encuentros sociales, todos ellos concentrados en los mismos días (cenas y comidas con amigos, vecinos, compañeros de trabajo y familiares), y el consiguiente exceso de ingesta calórica y excitante que nos conduce a dormir poco y mal. Pretender, en escasas tres semanas, llevar a cabo tantas y variadas actividades, es una tarea condenada al fracaso.
El resultado es: agotamiento, irritabilidad y mal humor. Todos ellos síntomas de la ansiedad que, una vez más, nos juega malas pasadas. Hemos convertido las reuniones familiares, compras navideñas, cenas y comidas sociales… en activadores de nuestra ansiedad.
¿De verdad son estas situaciones las responsables? Lo cierto es que no. Es nuestro lenguaje interno y pensamientos, los desencadenantes de la sintomatología. Todo aquello que nos decimos mientras vamos camino al trabajo o volvemos de él, nuestras anticipaciones mentales, los "tengos" y "deberes" que uno mismo se autoimpone; "tengo que quedar con mis amigos para despedir el año", "debería comer con los compañeros para festejar la navidad", "tengo que ir a comprar los regalos"…
La sensación de falta de control genera aún más ansiedad, que intensifica todos estos síntomas, entrando en un bucle sin fin. La Navidad nos coloca en un continuo estado de alerta. ¿Te imaginas sentir que de forma permanente tu vida está siendo amenazada? ¡Agotador! Eso es el estrés navideño. Pero no nos engañemos, la Navidad puede resultar estresante hoy, y mañana lo será otra cosa.
-"Entonces ¿No puedo hacer nada más que esperar que pasen estos días?"- me preguntan mis directivos. -"El estrés está en nosotros, no en el entorno"-respondo yo.
Asume y acepta que en la vida hay pocas cosas que puedes controlar. Todo es incertidumbre. Aun así, donde sí puedes decidir y elegir es en qué quieres pensar y como te quieres sentir.
Primero identifica, después cambia; descubre los pensamientos no adecuados que intervienen sobre nuestras emociones; recupera el control sobre la respiración para lograr llegar a estados de relajación; incorpora nuevos hábitos que se alejen de aquello que nos hace infelices. La clave está en cambiar los "debo y tengo", por "quiero y deseo" hacer.
Desde el "quiero y deseo", estoy eligiendo, me siento motivado.
-"Entonces creo que no iría a ninguna comida con la familia…"-dice mi directivo- "Bien, ¿y qué pasaría?"-pregunto.
-"Tendría problemas con ellos porque discutiríamos"- me responde. -"¿Eso es lo que quieres?"- pregunto de nuevo- "No. Para eso, prefiero ir". –"Luego entonces, Sí que quieres ir, ¿verdad?, etc."
Al final se trata de aceptar la realidad, no pelearte con ella. Puedes elegir estar en la cena pensando durante toda la noche "que eres un infeliz por estar allí" y por ello, sentirte cada vez más irritado y molesto, o puedes elegir aceptar estar en la cena pensando en las cosas buenas que tiene estar allí, provocando conversaciones agradables para todos, y sintiendo que eres capaz de aprender a disfrutar se sea cual sea la situación que vives.
Tú decides. ¡Feliz Navidad!
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Hola Xiomara. Gracias por tu comentario. ¡Felices fiestas!
Enhorabuena y Felices Fiestas!