Salud y trabajo van unidos y se influyen mutuamente. Puesto que la alimentación es uno de los factores que afectan a nuestra salud, es muy importante adaptarla a la actividad laboral, para mejorar el rendimiento y reducir la fatiga. El trabajo es el lugar en el que los adultos pasamos la mitad de nuestro período de vigilia, o en torno a un tercio de las horas del día. Además, si nos fijamos en una jornada de trabajo, está estructurada en torno a las comidas y los refrigerios: descansos para el café, horas de almuerzo, pausas para la merienda y, más recientemente, visitas a los dispensadores o máquinas "vending" de alimentos y bebidas.
Pero además, la pausa para el café o para comer constituye sin duda, el momento social y de relación al trabajo, de manera especial en España. Y qué importante puede resultar para cumplir con los principios de una alimentación saludable, en los que salud y placer deberían ir unidos.
Sin embargo, la realidad en la mayoría de las ocasiones resulta ser bien distinta, y suele considerarse la alimentación en el trabajo como un estorbo, un aspecto secundario al que no se le presta la importancia debida; en definitiva, una "oportunidad perdida". Y como comenta Christopher Wanjek, uno de los mayores expertos en alimentación y salud laboral: "Los programas de alimentación deficientes y la mala nutrición tienen que ver con una serie de asuntos relacionados con el trabajo: la moral, la seguridad, la productividad y la salud a largo plazo de los trabajadores y sus países. Son pocos los trabajadores que están contentos con sus comidas".
Recientemente, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) desvelaba los datos de un estudio internacional realmente reveladores: una nutrición inadecuada da lugar en las empresas de todo el mundo a unas pérdidas de productividad del 20%. En los países más pobres, las enfermedades debidas a la desnutrición general o específica (ej. hierro), conllevan unos costes económicos muy elevados. Sirva como mero ejemplo que la deficiencia en hierro se asocia a estados de debilidad, cansancio y falta de coordinación, y causa importantes pérdidas de productividad. Y con frecuencia, en estos países se adopta un modelo en el que trabajadores, empleadores y gobiernos quedan atrapados en un círculo vicioso de alimentación y salud deficientes, baja productividad y pobreza. Por otro lado, y no menos importante, en los países más ricos, la obesidad, las enfermedades vasculares, el cáncer y la diabetes, y los factores de riesgo que llevan a las mismas, son consecuencia en gran medida de dietas desequilibradas, en las que sin duda repercuten nuestros hábitos y prácticas en el trabajo.
• Dietas hipocalóricas o bajas en calorías, reducen la capacidad de rendimiento y perjudican la salud.
• Dietas desequilibradas en las que faltan alimentos básicos; a medio o largo plazo dan lugar a carencias nutritivas con efectos indeseables para el organismo.
• Dietas hipercalóricas, conducen a sobrepeso y obesidad, lo que supone un sobre esfuerzo físico para la persona, que agrava o aumenta el riesgo de lesiones en el aparato locomotor (músculos, articulaciones, etc.) y el de desarrollar otros trastornos más o menos serios de la salud (alteraciones de los niveles de azúcar y grasas en sangre, hipertensión, etc.)
• El número de comidas que se realiza en un día. Saltarse comidas o realizar sólo dos comidas "de fundamento" al día influye de forma negativa en el funcionamiento de nuestro organismo.
• Reparto de la cantidad de alimentos por cada comida. Las comidas frugales o por el contrario muy copiosas, pueden producir bajadas de azúcar en sangre (hipoglucemias) o somnolencia y molestias digestivas respectivamente, perjudicando el rendimiento tanto físico como intelectual.
• La higiene de los alimentos. Si no se cuida este aspecto, aumenta el riesgo de que se produzcan intoxicaciones de origen alimentario tales como la salmonelosis.
• El consumo de alcohol. En cantidades excesivas perjudica seriamente la salud y es causa de accidentabilidad.
En definitiva, la alimentación en el trabajo no debe ser considerada un gasto, sino una inversión que reduce muchos otros costes para el trabajador y la empresa, va a mejorar su salud y calidad de vida, y también la de sus compañeros y familiares..., ¡merece la pena!
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