Llega el momento de reflexionar sobre cómo usar la mascarilla de forma racional
Con un retraso de dos meses respecto a la declaración de la OMS del fin de la emergencia de salud pública global por la covid-19, el Boletín Oficial del Estado ha publicado este 5 de julio el acuerdo por el que se declara la finalización de la situación de crisis sanitaria. Entre las medidas incluidas destaca el fin de la obligatoriedad de las mascarillas en hospitales y centros sanitarios.
Las mascarillas se han convertido, más allá de su función para prevenir el contagio de infecciones respiratorias, en un símbolo de la pandemia covid-19 y en un campo de batalla entre opiniones contradictorias. Es el momento de reflexionar para utilizarlas de forma racional y en beneficio de nuestros pacientes, así como de educar a la población en ese sentido. Coincido en muchos puntos en este sentido con lo señalado por Klompas y cols. en un artículo reciente del New England Journal of Medicine. En primer lugar, es evidente que a los hospitales y centros sanitarios acuden, de forma obligada, las personas más vulnerables desde el punto de vista médico. Entre ellas se incluyen los ancianos y las personas con inmunosupresión o enfermedades crónicas graves. Se conforman así subgrupos de personas con un riesgo elevado de enfermedad grave por covid-19 y otras infecciones respiratorias, así como de descompensación de su enfermedad de base. Y tenemos la obligación moral y deontológica de proteger a estos pacientes vulnerables en la medida de lo posible a pesar del cansancio, incomodidad y dificultades en la comunicación que generan las mascarillas.
Por tanto, aunque es totalmente comprensible suspender el uso de las mascarillas fuera de las zonas dedicadas a la atención a los pacientes, su uso para prevenir la transmisión de virus respiratorios a pacientes vulnerables sigue siendo razonable y no debemos desaprovechar las enseñanzas de la pandemia. También será de gran utilidad la monitorización epidemiológica de los diferentes virus, así como las mejoras en la ventilación y filtración de aire, que permitirán una mejor aplicación de las normas y una capa adicional de protección.
En este momento se ha producido un cambio de paradigma: la mayoría de nosotros no considera razonable que en una sala de espera de urgencias una persona de 40 años tosa al lado de varios ancianos sin llevar una mascarilla que mitigue la posible transmisión de gérmenes. Parece sensata por tanto la recomendación oficial publicada en el BOE de seguir usando la mascarilla si se sufren síntomas de infección respiratoria, en la atención a pacientes vulnerables o en cuidados intensivos, y en las urgencias hospitalarias o de atención primaria.
Pero más allá de esta recomendación, tendremos que ver cómo se articula de forma concreta esta normativa en los diferentes entornos, empezando por la propia definición de paciente vulnerable. Y, sobre todo, cómo la aplican tanto los profesionales como los acompañantes y los propios pacientes. Sin duda se plantearán problemas y dudas en diferentes ámbitos, que esperamos puedan resolverse con la valoración del entorno concreto y, sobre todo, prestando atención al riesgo individual de los pacientes vulnerables.