Los cinco errores que llevaron a España al peor cierre de Europa: "Se reaccionó tarde y la comunicación fue mejorable"
El virus estaba ya descontrolado a inicios de marzo, pero las autoridades ignoraban los datos reales y los mecanismos de transmisión.
La fase más dura de la pandemia fue triplemente paradójica en España: gozábamos en teoría de un sistema sanitario privilegiado, pero no supimos ver la crisis hasta que nos pasó por encima; vivíamos el confinamiento más severo, pero la curva de muertes se elevaba a límites insólitos; y sufrimos más que nadie el daño que podía causar el virus, pero fuimos el primer país de nuestro entorno donde se descontroló otra vez tras salir del cierre.
Los tres años que han pasado desde que entró en vigor el primer estado de alarma han sumado un exceso de más 136.000 muertes por todas las causas en España, impulsado por las casi 120.000 que se han atribuido directamente a la covid. En los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), que llegan hasta junio de 2022, aún es la mayor causa de mortalidad, además de complicar la evolución de otras muchas enfermedades.
Pero no sólo hemos contado calamidades: la ciencia también ha progresado inmensamente estos años. Con el conocimiento que hoy ya está consolidado, ¿habría podido evitarse la catástrofe? En gran medida, sí. Estos son cinco de los errores que complicaron el confinamiento e hicieron que, tras superarlo, volviéramos a caer en nuevas olas:
El SARS-CoV-2 se transmite por aerosoles, lo que significa que puede flotar en el aire, sobre todo en entornos cerrados, y contagiar a distancia. A las autoridades sanitarias les costó mucho tiempo y varias olas admitir esta afirmación, que hoy se considera científicamente demostrada. El primer confinamiento se decretó bajo la creencia de que sólo se transmitía por contacto cercano y contagio de manos: limpiábamos las barandillas a conciencia, pero no salíamos al parque, donde es casi imposible infectarse manteniendo las distancias.
Así lo explicaba Stephanie Dancer, microbióloga de la Universidad Napier de Edimburgo: "Ni siquiera sería suficiente mantenerse a dos metros de alguien en una habitación en la que no entre aire fresco, sobre todo si estás más de 15 minutos. Por otro lado, si estás al sol y al aire libre, la probabilidad de adquirir el virus es casi despreciable". Conocer los mecanismos de contagio habría ayudado a actuar antes y ajustar medidas, en vez de exagerar unas, como el lavado de superficies, y descuidar otras, como las mascarillas o la limpieza del aire.
"En este tipo de retos, es esencial el conocimiento de los mecanismos de transmisión y la velocidad de reacción en las intervenciones, factores que resultan clave para controlar la propagación del virus", señala José María Martín-Moreno, doctor en Epidemiología por la Universidad de Harvard y catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Valencia. "En nuestro caso, y en muchos otros países, se tardó más de la cuenta en reconocer la transmisión por aerosoles y la importancia de la ventilación o filtración del aire. Deberíamos aprender la lección para futuros retos".
En los primeros meses se asumía que era una enfermedad que sólo habría que superar una vez, tanto a nivel individual como comunitario. Los informes de datos reflejaban, junto a la cifra de muertes, la de personas "curadas". Y el objetivo era "doblegar la curva". Se daba por hecho que no habría reinfecciones y que nos hallábamos ante un problema puntual, que requeriría un esfuerzo muy intenso, pero limitado en el tiempo.
Nunca se comunicó que estábamos ante un desafío a largo plazo. Después del estado de alarma, llegó la supuesta victoria.
"Hubo triunfalismo gubernamental innecesario. Quiero interpretar que fue para animar a una población desconcertada ante la primera oleada", comenta Martín-Moreno. "No se puede imponer la normalidad por Real Decreto, sino gestionar la situación, en función de la aproximación científica, para volver a la normalidad cuanto antes, no precipitarla. Habría sido mejor mantener la guardia que bajarla precipitadamente. Eso motivó nuevos confinamientos y limitaciones de movilidad, incluso excesivas, que no habrían sido necesarias ante una adaptación más proporcional al riesgo, el cual se mantenía cuando se dijo que la primera ola había sido doblegada".
El mantra de que el virus no mutaba también contribuía al optimismo... hasta que quedó hecho trizas: "Fue impactante que, a finales de 2020, en tres partes separadas del mundo, aparecieran tres (variantes del) virus al mismo tiempo, y todas habían descubierto cómo infectar mejor", comentaba Darren Martin, investigador de la Universidad de Ciudad del Cabo. La variante alfa mató ese invierno a miles de personas que estaban a pocas semanas de poder recibir la vacuna.